De vacaciones en el pueblo

El aire es denso, huele a sudor mezclado con naftalina. Estoy acostado en la cama pequeña, en una de las cuatro habitaciones de la casa del pueblo de mis abuelos. Oigo a mi abuelo roncando en la habitación de enfrente y los movimientos de mi abuela abajo en la cocina.

Es la hora de la siesta, y el calor, el bochorno, me parece más intenso. No sé si es por el silencio o por el aburrimiento que siento.

Tengo 7 años, y no tengo sueño, ni siquiera ganas de echarme la siesta. Además, esta noche es la verbena. ¡Por fin pasa algo! El pueblo estará de juerga, lleno de gente, con música y todos bailando. 

Mi abuela me ha prometido que va a comprarme caramelos para mí y mi hermano. Seguramente, va a sacar las mejores galas, y bailará el pasodoble hasta que el cuerpo aguante. Tiene mucho espíritu, mi abuela. 

Mis padres también estarán aquí, aunque todavía tienen trabajo en Madrid. ¡Nunca se pierden la verbena del pueblo! 

Casi no recordamos el porqué de la verbena. Pero mi abuelo, el más serio de la pareja, siempre nos explica, cada año, que es en honor a San Miguel y, además, es su onomástico. Creo que al menos un 50 por ciento del pueblo se llama Miguel. Apuesto a que mi abuelo estará borracho, durmiendo bajo una mesa al terminar esta noche, y seguramente dirá mañana que solo tenía mucho sueño. 

Todo eso a mí me consuela. Me gusta la familiaridad de verano, cuando sabes qué va a pasar.